Quvenzhané Wallis, y Dwight Heney, que personifican a Hushpuppy a su padre Wink, viven una historia desoladora que se convierte en una verdadera poesía, en un hermoso canto a la vida.
Para aquellos que confunden la manteca con la brillantina, sería muy
interesante que fueran a ver “Beast of the Southern Wild” para que se
percaten de cómo un creador enfoca un tema con verdadera decisión de
hacer cinematografía pura, de hacer toda una pieza de verdadero sentido
de lo que ha sido, es y será el séptimo arte.
Todo parece indicar
que ese joven de 30 años, Ben Zeitlin, que apenas había hecho tres
cortos, vio o se enteró de la existencia de una pieza teatral original
de Lucy Alibar, se puso en contacto con ella y entre ambos crearon esa
pieza magistral que es el guión de este film.
Luego, Zeitlin se
internó en pleno centro de esa zona pantanosa, insalubre, inhóspita y
escasamente habitada de Louisiana y, armado con su cámara y un aguerrido
grupo de técnicos no muy profesionales, hizo un “casting” con la gente
de los pequeños pueblos de la región y, con esos que escogió como
intérpretes, empezó a armar su obra, que habría de costar alrededor de
un millón 800,000 dólares, cantidad con que casi ningún publicista que
se respete emprende la realización de un comercial para alguna marca
famosa.
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